Huir de tu hogar sin saber si podrás volver. Desesperar.
Tener tanto miedo que abandonas tus escenarios cotidianos, tus paisajes
habituales y tu red social y familiar. Escapar. Verte obligada a cortar
tus raíces y emprender un camino incierto, un pie delante de otro, sin
saber a dónde te llevarán tus pasos. Guardar una llave en el bolsillo
con la esperanza de, algún día, usarla de nuevo.
Son personas que huyen de una guerra o un conflicto; que
han sido expulsadas de sus hogares por la violencia; otras cuyas
viviendas han desaparecido del mapa por un bombardeo o una catástrofe;
familias cuyas formas de vida se han agotado por la acción de la
naturaleza… Los motivos para abandonarlo todo y huir son muy diversos, pero la característica común es el miedo, la incertidumbre y el desarraigo que sufren todas ellas. Y, por encima de todo, la necesidad de protección.
Una protección a la que toda persona habría de tener
derecho por el hecho de ser persona. Pero en función de por qué huyes,
de a dónde huyas, y de cómo lo hagas, tu situación legal también será
diferente, y eso repercute directamente en el grado de protección
internacional que te pueden conceder.