Nosotros, los humanos, no cabe
duda de que vivimos un momento
de gran desconcierto. El caos
alcanza al propio ser humano
dentro de su contexto natural. La
arbitrariedad nos ha equivocado
el estilo de vida, hasta consentir
los crímenes contra la naturaleza
de la que somos parte. Quizás
hemos puesto palabras donde
faltaban ideas, y pensamientos
donde restaba conciencia. Convendría,
pues, hacer un alto en
el camino y recapacitar.
Víctor Cordoba Herrero |
La avaricia, que es esencialmente antinatural, con su legión de mezquinos, ha hecho de este universo material un negocio de mercado, engendrando todo tipo de alteraciones, sin importarle para nada la geología del entorno, los seres vivos, la propia vida del cosmos. Obviamente, la intervención humana ha sido desastrosa, porque ha devaluado su propio hábitat, la flora y la fauna silvestre, rompiendo el equilibro originario y, por ende, sus propias condiciones existenciales.
En este sentido, la aportación de las gentes de ciencia es de suma importancia. Los científicos, y gentes de pensamiento deben ayudarnos a comprender nuestra relación con el medio ambiente, nuestra capacidad de dominio, las responsabilidades y consecuencias. También los líderes deben impulsar otro tipo de actitudes más ordenadas y respetuosas con el realidad autóctona. Más que gozar con el derroche o con el consumo excesivo y desordenado de los recursos del planeta, debemos avivar otros deseos más humanos con la naturaleza.
No se trata de tener, sino de compartir; tampoco es cuestión de aparentar, sino de crecer interiormente. En la raíz de este desquiciado cataclismo del ambiente natural hay un abuso permanente de poder, una altanería sin precedentes en el sentido de crear un mundo sin ética y una arrogancia transformadora a gusto de los poderosos. Por eso, la ciudadanía (coincidiendo con el día mundial de la naturaleza: el 3 de marzo), haría bien en alzar su voz para expresar su profunda preocupación por este tipo de abusos y corrupciones, que son verdaderos delitos ambientales.