Una pareja de jóvenes
estaban muy enamorados y se iban a casar. Unos meses antes de la boda,
la novia tuvo un accidente y quedó con el rostro totalmente desfigurado…
“No puedo casarme contigo”, le comunicó en una
carta a su novio, “quedé marcada y muy fea para siempre, búscate a otra
joven hermosa como tú te mereces, yo no soy digna de ti”.
A
los pocos días la muchacha recibió esta respuesta de su novio: “El
verdadero indigno soy yo, tengo que comunicarte que he enfermado de la
vista y el médico me dijo que voy a quedar ciego… Si aún así estás
dispuesta a aceptarme, yo sigo deseando casarme contigo”
Y se casaron, y cuando lo hicieron, el novio
estaba ya totalmente ciego. Vivieron 20 años de amor, felicidad y
comprensión, ella fue su lazarillo, se convirtió en sus ojos, en su luz,
el amor los fue guiando por ese túnel de tinieblas. Un día ella enfermó
gravemente y cuando agonizaba, se lamentaba por dejarlo solo entre esas
tinieblas.
El día que ella murió, él abrió sus ojos ante el
desconcierto de todos… “no estaba ciego” – dijo- “fingí serlo para que
mi mujer no se afligiera al pensar que la veía con el rostro
desfigurado, ahora mi amor descansa en ella”.