La poca ética de las grandes farmacéuticas, que se sitúan en un claro conflicto de intereses, pone en riesgo la salud mundial.
La industria farmacéutica tiene un
conflicto de intereses que compromete el ejercicio de la medicina en
todo el mundo. De manera muy sencilla: los ingresos obtenidos por las
grandes farmacéuticas —conocidas como Big Pharma— se incrementan entre
más enfermos haya que recurran a fármacos para tratar sus padecimientos
y entre más se prolonguen los mismos. Esto no es un secreto, el Premio Nobel Richard J. Roberts declaró en una entrevista que las farmacéuticas no invierten en desarrollar medicamentos que curan, sí
en medicamentos cronificadores que pueden ser consumidos de forma
serializada. De nuevo simplificando: este procedimiento no es distinto
al de un dealer de una droga fuerte que fomenta la adicción de sus
clientes. Roberts no es el único, lo mismo ha sido dicho por el también Premio Nobel Thomas Steitz (para mantener el nivel de whistleblowers, médicos e investigadores que conocen de cerca la industria).
Hay que decirlo sin atenuantes, la
excesiva medicación a la cual estamos sometidos por la industria de la
salud en connivencia con las farmacéuticas es uno de los principales
problemas sanitarios de la humanidad (tal vez el más grande junto con la
calidad de nuestros alimentos procesados). Que existe una relación de
complicidad entre la industria farmacéutica y los médicos practicantes
—el enlace de la droga— queda demostrado por las docenas de millones de dólares que pagan estas compañías a doctores cada año sólo
en Estados Unidos para que recomienden sus medicamentos. Esto incluye
el ofrecimiento de viajes y regalos a los médicos para que prescriban
antidepresivos a niños. Organismos reguladores han registrado numerosas violaciones específicamente
relacionadas a un agresivo marketing por parte de grandes farmacéuticas
como GlaxoKlineSmith, las cuales han hecho creer a los consumidores que
sus productos sirven para tratar diversos padecimientos cuando nada más
han sido aprobados para tratar uno. Su poder de lobby es inmenso, hasta el punto de exigir al gobierno de Obama que no tocara el precio de los medicamentos en su reforma económica.
A esto podemos agregar el vicio irresponsable que se ha desarrollado entre los médicos de recetar medicamentos salvajemente sin tomar en cuenta efectos secundarios y la fácil dependencia que desarrollan las medicinas. Focalizando el tratamiento en aliviar síntomas o tratar las patologías sin incluir una visión integral de la salud ha provocado que cuando los medicamentos logran curar algo, poco después sea necesario tomar otros medicamentos para curar nuevos padecimientos generados por el abuso de esos medicamentos. Tan sólo en el caso del virus de la gripe, la recomendación por años difundida de que las personas tomaran antibióticos —cuando éstos no son efectivos contra los virus— ha sido una de las causas de que las bacterias hayan evolucionado y se vuelvan superresistentes a nuestros antibióticos, hasta el punto de que podrían representar, en palabras de Harold Bloom, una nueva “peste negra” de proporciones aumentadas, un mismo panorama apocalíptico pronosticado por el profesor Jeremy Farrar del Wellcome Trust. Asimismo, la costumbre de tomar antigripales, que básicamente sólo tienen un efecto analgésico, hace que los virus se propaguen con mayor eficacia, en algo que revela una costumbre profundamente inconsciente y egoísta: aliviarnos a corto plazo sin pensar en las consecuencias futuras o aliviarnos de manera individual pero enfermarnos como sociedad. Estas son apenas algunas de las costumbres promovidas por los doctores (con las plumas más veloces del Oeste) en países donde en cada equina se puede encontrar una farmacia (como México o Estados Unidos).
A esto podemos agregar el vicio irresponsable que se ha desarrollado entre los médicos de recetar medicamentos salvajemente sin tomar en cuenta efectos secundarios y la fácil dependencia que desarrollan las medicinas. Focalizando el tratamiento en aliviar síntomas o tratar las patologías sin incluir una visión integral de la salud ha provocado que cuando los medicamentos logran curar algo, poco después sea necesario tomar otros medicamentos para curar nuevos padecimientos generados por el abuso de esos medicamentos. Tan sólo en el caso del virus de la gripe, la recomendación por años difundida de que las personas tomaran antibióticos —cuando éstos no son efectivos contra los virus— ha sido una de las causas de que las bacterias hayan evolucionado y se vuelvan superresistentes a nuestros antibióticos, hasta el punto de que podrían representar, en palabras de Harold Bloom, una nueva “peste negra” de proporciones aumentadas, un mismo panorama apocalíptico pronosticado por el profesor Jeremy Farrar del Wellcome Trust. Asimismo, la costumbre de tomar antigripales, que básicamente sólo tienen un efecto analgésico, hace que los virus se propaguen con mayor eficacia, en algo que revela una costumbre profundamente inconsciente y egoísta: aliviarnos a corto plazo sin pensar en las consecuencias futuras o aliviarnos de manera individual pero enfermarnos como sociedad. Estas son apenas algunas de las costumbres promovidas por los doctores (con las plumas más veloces del Oeste) en países donde en cada equina se puede encontrar una farmacia (como México o Estados Unidos).
Anteriormente hemos escrito sobre la relación entre la la locura y la creatividad y
sobre cómo existe en nuestra sociedad una clara tendencia a medicar e
institucionalizar a aquellas personas que resaltan por sus diferencias
cognitivas, muchos de los cuales podrían ser genios o simplemente estar
atravesando una etapa de malestar transitoria. Pero después de altas
dosis de medicamentos psicotrópicos muchos de ellos pierden ese
diferenciador irremediablemente.
El reconocido médico danés Peter C. Gotzsche, del Nordic Cochrane
Center, en los últimos años se ha dedicado a denunciar los vicios de la
industria médica, particularmente de la psiquiatría, con libros como Deadly Medicines and Organised Crime: How Big Pharma has Corrupted Healthcare. En un reciente artículo,
Gotzche enlistó 10 mitos o creencias difundidas entre psiquiatras que
contribuyen a la sobremedicación y que tienen enormes efectos en la
salud mundial. Especialmente cuando consideramos que las enfermedades
neurodegenerativas son algunos de los padecimientos que más se han
incrementado en nuestra época y que estas sustancias son sumamente
potentes y, en palabras de Gotzche, “nuestros doctores no están
preparados para manejarlas”. A continuación una traducción sintetizada
de los argumentos de Gotzche:
Mito 1: Tu enfermedad es causada por un desbalance químico
No tenemos idea qué interrelación de
condiciones psicosociales, procesos bioquímicos, receptores y vías
neurales entran en juego en una enfermedad mental. Las teorías de que
los pacientes deprimidos carecen de serotonina o que los pacientes con
esquizofrenia tienen demasiada dopamina han sido seriamente
cuestionadas.No existe un desbalance químico, pero cuando tratamos una
enfermedad mental con fármacos, sí creamos un desbalance químico, una
condición que el cerebro trata de contrarrestar.
Esto significa que empeoras cuando dejas
de tomar la medicina. Un alcohólico también empeora cuando no hay
alcohol, pero esto no significa que carecía de alcohol en su cerebro
cuando empezó a beber.
La gran mayoría de los doctores le hace
mal a sus pacientes al decirle que los síntomas de abstención significan
que todavía están enfermos y que necesitan seguir medicándose. Así, los
doctores hacen crónicos a sus pacientes.
Mito 2: Es fácil dejar los antidepresivos
Un doctor dijo esto en una reciente
reunión de psiquiatras… afortunadamente fue contradecido por dos
profesores. Uno de ellos había hecho un estudio con pacientes que
sufrían de pánico y agorafobia y la mitad de ellos tuvieron problemas en
dejarlos aunque seguían un plan gradual. No podía ser porque la
depresión regresaba, ya que los pacientes no estaban deprimidos en
primera instancia. Los síntomas de abstinencia son provocados por los
antidepresivos, no la enfermedad.
Mito 3: Los fármacos psicotrópicos para las enfermedades mentales son como la insulina para los diabéticos
Muchos pacientes han escuchado esto.
Cuando le das insulina a un paciente con diabetes, le das algo que le
falta. Pero como no podemos demostrar que un paciente con una enfermedad
mental carezca de algo que las personas que no están enfermas no
carecen, es equivocado usar esta analogía.
Mito 4: Los fármacos psicotrópicos reducen el número de pacientes crónicamente enfermos
Tal vez el mito más grande de todos. El periodista científico Robert Whitaker demuestra en Anatomy of an Epidemic que
el aumento en el uso de fármacos no sólo mantiene a los pacientes en el
rol de enfermos, también hace que muchos problemas que habrían sido
transitorios se conviertan en enfermedades crónicas.
En Estados Unidos los psiquiatras
reciben más dinero de los fabricantes de los medicamentos que doctores
de cualquier otra especialidad, y aquellos que reciben más dinero
tienden a prescribir antipsicóticos a los niños en mayor medida. Esto
genera una razonable sospecha de corrupción e imparcialidad académica.
Antes de 1987, el año en que la nueva
generación de antidepresivos llegó al mercado, muy pocos niños en
Estados Unidos eran mentalmente discapacitados; 20 años después había
500 mil, un incremento de 35x.
Los antipsicóticos son sumamente
peligrosos y son una de las razones por las que los pacientes con
esquizofrenia viven 20 años menos que los demás. He estimado en Deadly Medicine and Organized Crime, que tan sólo el medicamento Zyprexa ha matado a 200 mil pacientes en el mundo.
Mito 5: Las “pastillas felices” no causan suicidios en niños y adolescentes
Algunos profesores aceptan que las
pastillas felices (antidepresivos: inhibidores selectivos de la
recaptación de serotonina) incrementan la incidencia del comportamiento
suicida pero mantienen que no necesariamente llevan a más suicidios,
aunque está documentado que existe una clara relación. El CEO
de Lundbeck, Ulf Winberg, incluso dijo en una entrevista en 2011 que
estas pastillas reducían la cantidad de suicidios en niños y
adolescentes. Cuando el reportero le preguntó por qué entonces existían
advertencias en los paquetes, Wiinberg contestó que esperaba que las
autoridades cambiaran estas advertencias.
Se han documentado suicidios en personas
sanas, detonados por las pastillas felices… Es verdad que la depresión
incrementa el riesgo del suicidio, pero las pastillas felices lo elevan
aún más, al menos en personas menores a 40 años, esto según un
metaanálisis de 100 mil pacientes realizado por el FDA.
Mito 6: Las pastillas felices no tienen efectos secundarios
Las pastillas felices tienen muchos
efectos secundarios. Remueven los puntos más altos y bajos de las
emociones… los pacientes se preocupan menos de las consecuencias de sus
actos, pierden empatía hacia los demás, lo cual puede provocar que
lleguen a agredir a los demás. En las matanzas escolares de Estados
Unidos, varios de los involucrados han estado bajo efectos de sustancias
antidepresivas.
En un estudio se determinó que problemas
de índole sexual se generaron en 59% de 1,022 pacientes que tenían una
vida sexual normal antes de tomar antidepresivos.
Mito 7: Las pastillas felices no son adictivas
El argumento que se elabora para
sostener esto es que los pacientes no necesitan aumentar la dosis. Pero
entonces ¿debemos de pensar que los cigarros no son adictivos, cuando la
gran mayoría de las personas fuma la misma cantidad por años?
Mito 8: La prevalencia de la depresión se ha incrementado mucho
Esto es algo que no podemos afirmar ya
que el criterio para hacer un diagnóstico ha sido bajado numerosas veces
durante los últimos 50 años.
Mito 9: El problema no es el sobretratamiento sino el subtratamiento
En 2007 un sondeo mostró que 51% de 108
psiquiatras dijo que usaban demasiados medicamentos y sólo el 4% dijo
que se usaban demasiado pocos. Entre el 2001 y el 2003, 20% de las
personas entre 18 y 54 años recibió tratamiento por problemas
emocionales en Estados Unidos.
Mito 10: Los antipsicóticos combaten el daño cerebral
Algunos médicos dicen que la
esquizofrenia daña el cerebro y por lo tanto es importante usar
antipsicóticos. Sin embargo, los antipsicóticos tienden a reducir el
tamaño del cerebro y este efecto está relacionado a la dosis y a la
duración del tratamiento. Existe suficiente evidencia para que se
intente usar antipsicóticos lo menos posible.
* * *
Gotzche recalca que no está en contra
del uso de medicamentos psicotrópicos, pero que éstos deben de usarse
sólo cuando se conocen sus posibles daños y se determina que harán más
bien que mal. Generalmente esto es sólo en tratamientos a corto plazo y
en situaciones agudas. Habría que mencionar en este sentido que el
desarrollo de medicamentos por parte de la industria farmacéutica es uno
de los grandes bienes que ha legado la ciencia y la tecnología a la
civilización humana. Muchas personas consideran el descubrimiento de la
penicilina uno de los más grandes del siglo, por dar un ejemplo. Sin
embargo, esta industria requiere de una dirección ética extraordinaria
que pueda soportar las tentaciones del dinero en una posición de
privilegio e impunidad —o una serie de estrictas regulaciones que puedan
soportar las presiones del poder económico. La corrupción que
observamos en la industria de la salud es uno de los grandes síntomas de
la corrupción de nuestra civilización, quizás en ninguna otra industria
se acentúa tanto o se vuelve tan despiadada, fuera de la armamenticia,
el lucro con la enfermedad y la muerte. Es significativo que en el 2012, la industria farmacéutica superó a la industria armamenticia como la que más fue penalizada por violar regulaciones y malinformar a los consumidores en Estados Unidos (ambas industrias comparten una serie de oscuros vínculos).
Una cifra, sin embargo, completamente insignificante en comparación con
sus ganancias —como los grandes bancos, Big Pharma es demasido grande
para caer—, pero el peso recae en nosotros.
Por: Alejandro de Pourtales Twitter del autor: @alepholo
pijamasurf.com
* Palabras al Aire
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tus palabras siempre serán bienvenidas.
Gracias.