Monarquía o República ¿un debate existente?
* Berta Barbet: "Sin una reflexión pausada, apelando a soluciones fáciles y sin transmitir la información necesaria, el debate pude resultar muy poco productivo"* Javier de Lucas: "Aprovechemos para consultar si los ciudadanos que son el soberano, el pueblo soberano, prefieren probar la alternativa."
* Jorge Galindo: "Es un debate que ya nos estamos planteando, así que ahora lo importante debería ser situar los ejes para el mismo"
* Alberto López Basaguren: "Es motivo de satisfacción que el deseo de sustitución de la Monarquía por la República aflore de forma normalizada."
* Máriam Martínez-Bascuñán: "Si es cierto que cada generación es independiente de la precedente, también lo es que cada momento fundacional tiene que intercalar generaciones"
* Edgar Rovira: "El escenario parece idóneo para llevar a cabo un cambio en la elección del jefe de gobierno, pero algunos datos nos invitan a ser cautelosos."
* Argelia Queralt: "La abdicación del Rey supone otra ruptura con la cultura de la transición democrática."
En este Quiz hemos querido preguntar a personas con
diferentes perspectivas, edades y procedencias sobre si la sociedad
española está preparada para afrontar un debate entre Monarquía o
República.
Politóloga y estudiante de doctorado en la Universidad de Leicester
Existen, creo, dos elementos que deberían tenerse en
cuenta a la hora de decidir si el debate es o no es oportuno. Ambos
relacionados con el contexto de desafección política actual pero
apuntando cada uno en una dirección distinta.
En primer lugar, en un contexto como este parece interesante replantear
el sistema político y la forma como se escogen las élites de este.
Evidentemente esta es una discusión que no debe girar solamente
alrededor del debate sobre la jefatura del estado, pero puede ser esta
una buena forma de empezar. Al fin y al cabo, si el debate existe en la
calle, obviarlo solo conseguirá alejar más a los ciudadanos de las
instituciones que en principio deberían representarlos. Mostrar una
actitud abierta al debate, escuchar las propuestas y dudas de los
ciudadanos y responder a las demandas de estos es un imperativo si
queremos reconectar a la ciudadanía con las instituciones y sus
representantes políticos.
No obstante el contexto
incluye también un peligro, y es precisamente que toda la desafección
existente se transforme en un debate poco reflexionado y en una
voluntad de destruir más que de construir en el camino. Lo hemos visto,
por ejemplo, en Irlanda con la votación sobre el senado. Donde el
descontento con los grandes partidos junto a cierta falta de
información sobre las propuestas, llevó al país a rechazar la
eliminación del senado impulsada por la mayoría de partidos. Un debate
de este tipo requiere una reflexión profunda sobre las ventajas y
desventajas de las distintas opciones. Sin una reflexión pausada,
apelando a soluciones fáciles y sin transmitir la información necesaria,
el debate pude resultar muy poco productivo y acabar generando más
frustración y sensación de lejanía que ninguna otra cosa.
Javier de Lucas
Catedrático de Filosofía del Derecho y Filosofía política en el Instituto de derechos humanos de la Universitat de València
A mi juicio, cabe plantear la respuesta desde diferentes
perspectivas. Al menos estas dos: la primera atañe a la justificación
del debate, esto es, si ese debate es necesario o, al menos importante.
La segunda a su oportunidad, es decir, si conviene plantearlo ahora, en
el momento de la abdicación.
Pero creo que lo más
relevante hoy es una consideración de interpretación constitucional.
Contra lo que parece asumirse, a mi juicio el rey no tiene una
prerrogativa exclusiva y excluyente de abdicar. Por supuesto el rey
puede comunicar su voluntad. Faltaría más. Pero es a las Cortes como
representación de la soberanía popular a quien corresponde decidir: si,
cómo y cuándo. Y a las Cortes corresponde decidir si el príncipe de
Asturias, como sucesor, debe ser coronado, cómo y cuando. O si cabe otra
opción. Si no fuera así, bastaría con la voluntad del rey y las Cortes
no tendrían otra función que ponerse en posición de saludo para entonar
el “señor, sí, señor!”. No es así: hay que aprobar una ley. Y la ley no
la aprueban ni el rey ni el Gobierno, sino las Cortes. Ergo las Cortes
pueden decidir, por ejemplo, si realizan una consulta popular sobre una
decisión política de gran trascendencia, que estaría amparada por el
artículo 92 CE78.
Dicho esto, a mi juicio, plantear
aqui y ahora el debate monarquía/república no es sólo importante, sino
necesario y oportuno. Si fuera irrelevante, como sostienen los
monárquicos y los criptomonárquicos disfrazados de “republicanos de
principio”, no se entiende la obsesión y el esfuerzo desplegado por
aplazarlo -si no prohibirlo- como sea. Es importante porque hay muy
serias dudas de que la monarquía de los borbones pueda cumplir las funciones
que son su única justificación, en la España de hoy y menos en la de
mañana por la mañana, por el descrédito que ha ganado a pulso: el
intento de estar por encima de la ley y de la justicia, su vinculación a
prácticas de corrupción, a la utilización privada de lo público, la
prepotencia de quien no conoce otro status que el privilegio, su
incapacidad para mediar en la cuestión territorial, sus vínculos con
dictadores fundamentalistas, su distancia de los ciudadanos, y la
incapacidad para ponerse del lado de los más vulnerables salvo desde una
perspectiva bienintencionada pero inequívocamente paternalista,
aconsejan pensar en una alternativa. Es el momento oportuno para
hacerlo. El rey ha despejado el camino. Aprovechemos para consultar si
los ciudadanos que son el soberano, el pueblo soberano, prefieren probar
la alternativa.
Jorge Galindo
Investigador en el Departamento de Sociología de la Universidad de Ginebra
Creo que el debate ya nos lo estamos planteando, así que
ahora lo importante debería ser situar los ejes para el mismo.
Para
empezar deberíamos dejar claro si está sobre la mesa solo la forma de
elección del Jefe del Estado o también su poder y competencias, así como
otros aspectos de nuestro modelo de país. Las personas, partidos y
grupos más insistentes en la demanda de una república también lo son en
otras reformas más o menos profundas, particularmente desde sectores de
izquierda.
Esto hace que la república sea más una
opción de identidad política que una propuesta con capacidad de generar
consenso, por lo que aunque el debate exista es muy difícil que una
mayoría se articule a favor de la reforma: siempre se temerá que sea un
cambio solo para unos pocos, y que se abran demasiados frentes. En tal
caso, lo ideal sería mover la discusión hacia el dilema entre la
estabilidad y el aparente apartidismo que proporciona un Jefe de Estado
no electo, y la legitimidad que en cambio ofrece uno elegido por
sufragio universal. Pongamos que deseamos es una Jefatura con poco poder
real y alta capacidad unificadora y queremos evitar a toda costa el
sesgo partidista. Asumamos además que un monarca tendrá menor
legitimidad a priori y, a pesar de todo, una serie de
preferencias políticas personales. Quizás deberíamos considerar un
modelo de república con Jefe de Estado electo pero de manera indirecta
por el Parlamento, incrementando así la probabilidad de consenso. Y
hacer de tal opción, así como de las contrapartidas (elección directa,
mantener la monarquía), un programa político más transversal, destinado a
conseguir mayorías con capacidad de cambiar algo y no solo ondear las
banderas de nuestros padres.
Alberto López Basaguren
Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad del País Vasco
Es motivo de satisfacción que el deseo de sustitución de
la Monarquía por la República aflore de forma normalizada. Es una
advertencia a la Monarquía de que debe ganarse el consenso del pueblo.
Varios elementos, sin embargo, me producen resistencia intelectual o preocupación política.
- En una Monarquía parlamentaria no estamos ante una alternativa entre
Monarquía y democracia, como se nos dice. Es un insulto a la
inteligencia. Muchos de los países europeos más sólida y prolongadamente
democráticos lo son.
- A juzgar por lo que se dice,
parece como si estuviésemos en una Monarquía absoluta. Las funciones del
Rey son simbólicas y el poder político corresponde a las instituciones
representativas. ¿Debe concentrar la izquierda sus energías políticas en
derrotar a un poder simbólico, como es el caso del Rey?
- El referéndum sobre Monarquía-República solo cabe en el seno del
procedimiento de reforma de la Constitución -art. 1 y Título II-. Las
generaciones que no la votaron, ¿no están vinculadas por ella y sus
procedimientos? ¿Quiere situarse esa izquierda fuera de la legalidad? La
seducción por la acción política de eco insurreccional es una peligrosa
irresponsabilidad en la que la izquierda se ha quemado ya muchas veces.
- Nos lamentamos de nuestra trágica historia constitucional, que se
debe a nuestra incapacidad de crear Constituciones integradoras; es
decir, de consenso. ¿No es la Monarquía parlamentaria un elemento
aceptable de una Constitución de consenso, mientras cumpla
suficientemente sus funciones? ¿Hay un consenso posible, alternativo, en
torno a la República? ¿Está dispuesta esa izquierda a romper el
consenso mientras la alternativa no tenga suficiente consistencia para
serlo?
Un sistema político solvente garantiza
estabilidad política en democracia. Muchas afirmaciones que se están
haciendo en pro de la República son desasosegantes. Especialmente a la
vista de la historia de la República.
Máriam Martínez-Bascuñán
Profesora de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid
La respuesta a esta pregunta sólo se me ocurre
formulando esa misma cuestión en negativo: ¿por qué no debería
plantearse España este debate? ¿A qué tenemos miedo? El temor sólo
paraliza, decía Maquiavelo.
A estas alturas deberíamos saber que la
irrupción de lo inesperado abre la posibilidad de actuar. Y que eso no
es ni bueno ni malo; eso es política. Allí donde hay oportunidad para la
iniciativa y la acción, hay política, lejos de cualquier sentimiento
nostálgico de una situación que ya no es posible recuperar. El único
modo de expresión de la libertad es la acción política. Por tanto, hay
que actuar.
Si es cierto que cada generación es
independiente de la precedente, también lo es que cada momento
fundacional tiene que intercalar generaciones. Eso implica un ejercicio
necesario de reconocimiento por parte de las nuevas, y otro de apertura y
autocrítica que provenga de las más veteranas. Muchas de las voces más
relevantes del momento hablan del consenso de la Transición producido
en gran medida porque había un proyecto de país.
Muy probablemente la
crisis subyacente al resto de crisis que estamos padeciendo tiene que
ver con una crisis de definición de país. Para saber a dónde vamos
primero debemos saber qué queremos ser. Para responder a esta pregunta
sólo vale la apertura de espacios públicos e institucionales de
deliberación y participación.
Todo lo nuevo
desestabiliza. Pero lo viejo también cuando da signos de decadencia. Por
eso el argumento de la estabilidad es falaz. La estabilidad en estos
momentos sólo se garantiza introduciendo nuevas leyes y nuevas
instituciones que sirvan como cimientos a una comunidad libre y segura.
En ese sentido, las reglas del juego democrático ofrecen al menos dos
posibilidades. La vía del Referendum ad hoc, o la apertura de un
proceso constituyente donde los partidos políticos presenten su opción
por Monarquía Parlamentaria o República. Ejecutaría entonces el
Parlamento en conformidad con lo que hubiesen dicho las urnas.
Edgar Rovira
Politólogo, editor de Agenda Pública
En mi opinión la situación política y económica que estamos viviendo no nos ayuda a la hora de plantearnos este debate.
Por un lado tenemos un escenario que parece idóneo para llevar a cabo
un cambio en la elección del jefe de gobierno: la valoración de la
monarquía no para de caer,
la demanda de reformas políticas se ha hecho evidente tanto en las
encuestas como en las múltiples movilizaciones ciudadanas, y el
resultado de las elecciones europeas puso de relieve la debilidad de los
dos grandes partidos y el auge de formaciones que defienden
abiertamente un cambio en el sistema de gobierno como son Podemos, IU, o
ERC.
Por otro lado, algunos datos nos invitan a ser
cautelosos. En primer lugar, porque a pesar de la enorme importancia de
la figura del Rey, es probable que los ciudadanos no veamos la reforma
de la jefatura de Estado como una prioridad. Según el CIS, solo un 0,2%
de los encuestados citan a la Monarquía como una de sus principales
preocupaciones. En segundo lugar, porque no es tan evidente que, como se
ha repetido en muchas ocasiones, un relevo generacional no sea capaz de
mejorar la imagen de la institución. Una encuesta
publicada el pasado enero por El Mundo indicaba que un 56,6% cree que
Felipe VI podrá recuperar el prestigio de la Casa Real, por un 32,6% que
opina lo contrario. Y en tercer lugar, porque el bipartidismo, aunque
mermado, no sólo mantiene la mayoría del Congreso, factor clave a la
hora de plantear cualquier reforma, sino que con su posicionamiento
parece representar bastante bien la opinión de sus votantes. Y es que en
la misma encuesta de El Mundo vemos que tanto los votantes del PP
(73,9%) como los del PSOE (58,5%) están a favor de que el cambio
mejorará la imagen.
Argelia Queralt
Doctora en Derecho y profesora lectora de Derecho Constitucional en la
Facultad de Derecho de la Universitat de Barcelona y editora de Agenda
Pública
El Rey ha anunciado que abdica;
esta es una decisión de enorme trascendencia política. No tanto por el
poder efectivo del monarca, que debe recordarse que por mandato
constitucional es nulo, sino porque supone otra ruptura con la cultura
de transición democrática. La monarquía y el Rey Juan Carlos fueron
aceptados en un momento histórico complejísimo del estado español; sin
embargo, de igual forma que tocaría renovar legitimidades respecto de
otros “pactos de convivencia” recogidos en la Constitución, hubiera sido
este un buen momento para valorar el respaldo, apego, consideración del
pueblo español de la monarquía. La ciudadanía española ha cumplido ya
su mayoría de edad democrática, no necesita ser tutelada. Necesita de
transparencia y de información, y, por tanto, también de debates
rigurosos que no se centren en el mero slogan y el cruce polarizado de
opiniones. No debe olvidarse, es cierto, que la Corona ha sido un tema
tabú durante muchos años: se han vetado las críticas humorísticas al rey
y a su familia (no olvidemos la condena al Jueves por la portada del
Príncipe Felipe y su esposa o como esta misma publicación esta misma
semana “cambiaba su portada”). Sin embargo, no debemos, no deben olvidar
que la Corona, la Jefatura del Estado es una institución al servicio de
la ciudadanía y que como tal está sujeta al escrutinio público y, por
supuesto, a su crítica.
Desde el lunes día 2 se nos
ha dicho que el debate monarquía/república no es prioritario, que en
realidad es sólo una manera de mostrar el hartazgo generalizado con un
sistema que hace aguas, que no sabemos realmente cuales serían las
consecuencias, en fin, justificaciones varias y variadas que magnifican –
dramatizan- no el cambio de sistema, sino el propio debate. El PP y el
PSOE no acertaron sobre lo que iba a significar para ellos las
elecciones europeas: un toque de atención muy serio al bipartidismo,
quizá el principio de su fin, y en este escenario, con una legitimidad
cada vez más erosionada por una desconexión con el pueblo cada vez
mayor, deciden solventar la abdicación del rey y sus sucesión a través
de un proceso falto de debate previo y falto de debate parlamentario
(recordemos que el procedimiento de aprobación de la ley orgánica de
abdicación ¡va a ser exprés!). Una vez más, se acalla la voluntad
popular de hablar de los temas que le conciernen y se sustrae del debate
público de una cuestión de evidente trascendencia política… una vez
más…
Fuente: diario.es “Una cosa no es justa por el hecho de ser ley.
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