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Algo mío



lunes, 30 de junio de 2014

El placer de la muerte

Siempre me he preguntado cual puede ser el proceso mental de una persona que disfruta de un cadáver, entero o pedazo, colgado en la pared de su casa. Contemplar lo que fuera un ser vivo, ahora muerto, que ha perdido su esencia vital, por definición no puede ser bello. ¿Acaso las personas que encuentran atractivo al ser muerto poseen otra forma de procesar la relación entre la vida y la muerte? ¿Tal vez como los toreros que sienten, dicen, una siniestra atracción por la muerte – y aunque no lo dicen, es obvio que también la tortura-?  

¿Qué oscuros sentimientos habitan detrás del interés por ostentar objetos muertos?

Si existe una profesión “exenta” de crueldad y que representa la “cosificación” de los animales en su máxima expresión es la taxidermia. Decimos que es una actividad carente de crueldad pues la víctima, el animal no humano, llega muerto a las manos del siniestro profesional. Es un cadáver que estos artistas de lo necrótico convierten en un objeto de decoración. 

Es la culminación del desprecio por la vida: un animal con toda una existencia por delante es convertido en un objeto inanimado para satisfacción de la persona, en la mayoría de los casos, responsable de la muerte.
 
Esta actividad se haya íntimamente relacionada con la caza. Pero no son pocos los habituales a estos profesionales de la muerte. Incluidas las personas que, echando de menos a su compañero animal, los disecan cuando mueren y exhiben en una fría quietud intemporal. Un acto tenebroso la de ubicar a tu mejor amigo no humano, ahora muerto, cerca, donde contemplarlo. Ya no habrá más caricias, calor, juegos… vida, algo realmente patético.

Siempre me he preguntado cual puede ser el proceso mental de una persona que disfruta de un cadáver, entero o pedazo, colgado en la pared de su casa


Otros que gustan de estos profesionales son los taurinos. Por ejemplo, la cabeza de algunos toros aniquilados en Tordesillas a raíz del festejo del Toro de la Vega “decoran” las paredes de bares, restaurantes o la casa del matarife de turno. Es el caso de Oscar Rodríguez, ejecutor de Vulcano durante el Torneo de 2013, que ahora tiene la cabeza del enorme animal a disposición de sus amigos. Es habitual, también, encontrar en tiendas taurinas a toros disecados. Sólo comercios muy concretos llaman la atención de su público con animales (enteros o trozos) muertos, poniendo en evidencia el nivel empático, sensibilidad hacia el dolor ajeno y afición del público atraído.


Desde luego, son cuestiones inquietantes sobre la naturaleza humana.


Juan R. Arriaz.
Fuente: BLOG/PACMA



“Una cosa no es justa por el hecho de ser ley.
  Debe ser ley porque es justa”

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